(…viene de la Parte 1)

Pablo Carballada | Flickr

Pablo Carballada | Flickr

Durante las siguientes 2 semanas preparé obsesivamente cada detalle del viaje.

La idea era sencilla: llegar de improviso y sorprenderla con mi declaración de amor. En el mejor de los casos, podía esperar una reconciliación digna del mejor chick flick hollywoodense. En el peor, quedaría en bancarrota pero con la tranquilidad de haber hecho todo lo humanamente a mi alcance.

Por desgracia, lograrlo no se auguraba tan simple. Quien conozca la zona sabrá que nuestro Chile continental en realidad termina en Puerto Montt, e incluso la isla de Chiloé está más conectada al país que el salpicado insular de Aysén.

Mapa de la Carretera Austral

Mapa de la Carretera Austral

¿Mi objetivo? Un pequeño pueblito 200 kms al sur de Chaitén llamado La Junta, cuyos 1400 kilómetros que lo separan de Santiago sólo pueden ser cubiertos en 3 tramos: el más largo, un bus de la capital hasta Puerto Montt; luego, un viaje en barco a Chaitén, para entonces seguir la carretera austral en un bus interprovincial hasta La Junta.

Pero sólo para hacerlo aún más desafiante, estaba el asunto del tiempo. Nada más ir y volver de Aysén me tomaría cuando menos 2 días -mientras todo marchara bien- dejándome apenas unas 24 horas para encontrar a mi chica y convencerla… si no quería acabar además dando explicaciones para conservar mi empleo.

(Y mejor ni mencionemos el presupuesto).

Pronto me hice de una Turistel, hablé con un viejo amigo que vivía en Puerto Montt y recabé por teléfono e Internet toda la información posible. Metódicamente, anoté en una planilla las rutas, medios de transporte, horarios de salida y posibles contratiempos.

Lo que era el mayor escollo -el tramo Puerto Montt-Chaitén cuyo transbordador cubría en imposibles 11 horas- quedó salvado cuando supe de un catamarán que hacía el mismo recorrido en 5 horas, por sólo 10 mil pesos más (20 USD).

¿El problema? Cada eslabón del viaje debía cumplir estrictamente su horario o me quedaría varado… toda una ruleta rusa cuando vives en Chile.

El día antes de reservar pasajes, decidí compartir mi plan. Esa tarde me reuní en un café con 2 de mis mejores amigos en Santiago buscando su apoyo.

– Estás demente -me dijo Alberto- No funcionará.
– No sólo eso -prosiguió Octavio- te va a odiar. Totalmente.

– Ustedes no comprenden -me defendí- están pensando como hombres. Tienen que pensar como mujeres, a ellas les encantan estas cosas…

– No se trata de eso -volvió a intervenir Octavio- tú mismo dijiste que ella estaba saliendo con un sujeto con plata. ¿Qué pasa si el tipo decidió ir a verla y te lo encuentras allá? ¿Qué vas a hacer?

Mi amigo tenía un punto. Hasta donde recordaba, los padres del individuo tenían dinero como para mandarlo de paseo a Europa. Además estaba de vacaciones.

No, nada le impedía llegar hasta allá.

– ¿Sabes? -me dijo Alberto mientras sonreía paternalmente- Si fuera tú, tomaría el dinero que has reunido, compraría un pasaje a Viña… y me iría a pasarlo la raja. Eso haría.

Desafortunadamente, yo no era él.

En los días restantes me preocupé de afinar mi arsenal. Protegidos entre mis ropas, viajarían el peluche de un gato gordo y naranja para recordarle a su gata Fí, 2 chocolates Sahne-Nuss, un CD con una selección de Víctor Manuel y Ana Belén especialmente oportuna y una providencial tarjeta que encontré con sus ilustraciones favoritas –Precious Moments– mostrando un chico frente a un cruce de caminos con el mensaje: “iré contigo donde quiera que vayas”.

Para mí, ropa interior, unas cuantas barras de cereal que esperaba me mantuvieran vivo, mi Nintendo DS y el corazón zurcido de un hilo.

Así, ese jueves 16 de febrero de 2006 me vio escabullirme de Copesa tras la hora de colación, mochila al hombro, con la complicidad de un compañero de oficina instruido para develar una indigestión tan grande… que me duraría hasta el fin de semana.

Y mientras el sol por fin comenzaba a ceder, mis bus surcaba la Ruta 5 hacia el Reloncaví, con mi reproductor de CD tocando por enésima vez “A la sombra de un león” de Ana Belén y Joaquín Sabina.

Noté que había desarrollado una intrigante sensibilidad por esa canción.

El día siguiente quedaría claro por qué.

(Continúa en la Parte 3…)