(…previously on FT)

Espacio y Tiempo

Espacio y Tiempo

Aún cuando mis anfitriones me habían sugerido que durmiera hasta tarde (y ganas no me faltaban), esa mañana de sábado me encontró en pie, decidido a salir de La Junta en cuanto fuera posible.

En la recepción ya estaba Connie instalada, quien me invitó a desayunar junto a Alan -su esposo- antes de seguir camino. Acepté gustoso, no sin antes pedirle que llamara a la gasolinera del pueblo para “encargarme”, en caso de que pasara algún vehículo, como habíamos convenido el día anterior.

El plan era instalarme a la salida del pueblo en espera de que alguien se dignara llevarme. La tarea se presagiaba difícil pero, si iba con la “recomendación” del hotel, quizá tendría más chance.

De pronto, el tono de voz de Connie me hizo notar que algo sucedía.

Dicen que acaba de pasar un bus a Chaitén -sentenció mientras colgaba el teléfono.

Por instante la miré desconcertado. ¡Maldita sea! Otra vez la oportunidad estaba allí y se me escapaba. ¿Por qué el destino insistía en burlarse de mí? ¿Por qué demonios se empecinaba en…

¿Carlos, me escuchas? -dijo Connie interrumpiendo mi monólogo emo al sacar un aparato de radio- Trae la camioneta. Necesitamos una “persecución“.

Whoa. Definitivamente este no iba a ser un día tranquilo.

Y no sé si aquel sería un procedimiento acostumbrado en esas latitudes, pero casi ni alcanzo a despedirme cuando me encontré aferrado al asiento, mientras el vehículo rugía tragando el ripio mojado de la carretera austral.

¿Qué? ¿No le tienes confianza a mi conducción? -se rió el chofer medio ofendido al hacer los cambios cuando notó que estaba agarrotado en la cabina.

No, no, no. Si está bien -mentí sin sacar la vista de encima al barranco que perfilábamos.

Era lo más cercano que había estado a los Dukes de Hazzard.

Pronto lo divisamos. Era un minibus más pequeño pero también más nuevo que el del día anterior, por lo que se desplazaba más rápido. Comenzamos a hacerle señas para que se detuviera, pero extrañamente parecía ignorarnos.

– ¿Qué pasa? ¿Por qué no se detiene? -le pregunté al chofer.
– No lo sé. Quizá no nos ve…

Tras muchos ademanes, por fin el bus se orilló. Aliviado (por partida doble) me despedí efusivamente de Fittipaldi, corrí hasta la entrada del bus y toqué la puerta, segundos antes de que… partiera.

¡El bus me había dejado ahí sin siquiera abrir!

Y para agregar el horror a la confusión, al volver la vista atrás descubrí que la camioneta ya no estaba. El chofer se había marchado asumiendo que viajaba sobre el bus, por lo que me encontré solo, abandonado bajo una fina llovizna, justo en mitad de la nada.

¿Y ahora… qué hago?

(CSM… ¿y si habían pumas?)

Por fortuna no alcancé a entrar en modo pánico. Siendo muy angosto el flanco, la camioneta había adelantado al bus para dar la vuelta, por lo que a su regreso me encontró llorando estoicamente en el camino.

– Pero… ¿qué pasó? -me preguntó el chofer asombrado.
– ¡No tengo idea! ¡El bus ni siquiera me abrió la puerta! -exclamé.
– ¡Ya! ¡Vamos de nuevo!

Y vuelta a Miami Vice edición Patagonia.

Esta vez tardamos más aún en lograr que el bus se detuviera. Para no correr riesgos, el chofer me esperaría hasta tener la certeza de que había subido. Me acerqué directamente a la ventana del conductor de la máquina.

– Necesito ir a Chaitén -le pedí con la respiración entrecortada.
– ¡No tengo espacio! -espetó malhumorado.
– ¡Por favor! Es una urgencia…
– Te estoy diciendo que no tengo espacio.
– Se lo ruego -supliqué resuelto a no quedarme ahí- Lléveme aunque sea en el pasillo. ¡Le daré 5 mil pesos!

Desconozco si fue el ofrecimiento de dinero -o quizá la presión social de los compadecidos pasajeros- pero el sujeto hizo una mueca y me permitió subir.

Aunque estaba mentalizado a no tener asiento, un pasajero amable me cedió su puesto -justo tras el conductor- y se fue a acomodar junto a un grupo, al fondo del vehículo. Escuchando, pronto entendí la razón de tal mal genio: se había quedado en una celebración familiar y ahora el hombre conducía trasnochado.

Varias veces se detuvo a mojarse la cara en las vertientes del camino, para evitar los pestañeos.

Comencé a conversarle para mantenerlo despierto y acabamos haciendo buenas migas. Me contó que efectivamente, en la carretera habían pumas, pero que pocas veces se atrevían a meterse con el hombre.

Hace años con unos amigos se nos apareció uno justo en frente, pero dio media vuelta -confidenció.

El viaje era una de esas travesías propias de las zonas rurales que más parecen paseos escolares. Dos veces paramos frente a parcelas porque alguien quería “comprar queso”… o porque otro quería “ir al baño”.

Cuando pasamos por Villa Santa Lucía -a mitad de camino- la concurrencia reparó en un carabinero que ayudaba a una vecina a pintar la puerta de su casa.

Esto sí que es novedad -exclamó un hombre con el típico acento sureño- …un carabinero trabajando.

Las risotadas me hicieron comprender que su humor, aunque más inocente, no era tan distinto del nuestro.

Cuando mi reloj marcó el mediodía, comencé a preocuparme. Aún faltaba bastante para llegar a Chaitén y, según mis anotaciones, el último barco -e incluso la última avioneta- de regreso a Puerto Montt partían a las 2 de la tarde. Luego, no habría otra forma de salir hasta el día siguiente. El conductor me aseguró que llegaríamos.

Así, nada pudo alegrarme más aquel día que entrar en la sección asfaltada que anunciaba la llegada a Chaitén, justo a las 14 horas. Mi alegría sin embargo, se vio interrumpida por el motor de un avión que se elevaba sobre las casas.

Un mal presentimiento me invadió.

Tras pagar al conductor (quien rechazó recibir los 5 mil pesos), eché a correr desesperado hacia el muelle. Corrí como hace mucho tiempo no hacía, como si me persiguiera el demonio, perdiendo el aliento sólo para tragar una bocanada de aire y seguir avanzando en mi afán por alcanzar la barcaza.

Entonces. Mis ojos se dilataron.

Al pisar la costanera, pude observar como un par de millas mar adentro, “La Pincoya” giraba sus fauces y comenzaba a alejarse de Chaitén.

Dios mío… ¿por qué insistes en torturarme?

(Y sí, continúa en la Parte 6…)