Mi narración comenzó intempestivamente. Tanto, que muchos de ustedes quedaron con varias preguntas, las que antes de retomar la pauta normal de esta bitácora no me gustaría dejar sin respuesta.
¿Por qué decidí contar esta historia? Porque fue una especie de catarsis. Cerrar un ciclo triste que comencé hace poco más de 2 años cuando mi vida -en cierto sentido- colapsó y me llevó una buena dosis de porrazos recuperar.
Ese viaje fue muy especial para mí por las razones que ahora conocen, y siempre supe que algún día acabaría plasmándolo en el blog por una razón muy básica: la escritura es mi instrumento de expresión.
Noté que a muchos de ustedes les sirvió de inspiración, recuerdo o -incluso- advertencia. Si a alguno le fue de ayuda, ya hace que haya valido la pena.
¿Por qué ahora? Porque era el momento. Cuando remodelé este sitio les conté sobre una amiga para quien los tatuajes son una forma de marcar hitos en su vida. Narrarla era para mí esa marca, ese último ritual y, ¿saben algo?, siento como si me hubiera quitado un peso de encima. Es más, me siento excelente 🙂
(Por cierto, esa ‘amiga’ era la misma Claudia del relato… que está pololeando muy feliz, bien, gracias).
¿Si Andrea lee esta historia? No lo sé. No sé de ella hace meses y creo que es mejor para los 2 de esa forma. Aún así, la última vez que nos vimos le comenté que tenía la idea de contarla acá. “¿Por qué no lo haces?”, respondió amablemente. Seguro. No me habría gustado pasarla a llevar.
Tampoco me gustaría que esta narración plasmara una impresión equivocada. Puede que durante esos 4 días haya sido mi antagonista, pero también durante 12 años fue mi amiga y compañera. Siempre -siempre- la querré por eso.
Para terminar, agradezco a todos y a cada uno de ustedes el que me hayan “acompañado” en esta travesía. De un desahogo íntimo, acabó transformado insospechadamente en un experimento literario y social impresionante que aún me tiene perplejo. Aunque a la gran mayoría no los conozco, me hacen sentir que no estoy solo.
Y a quienes sí conozco, a Alberto, Claudio, Cristian, Juque, Manolo, Marcelo, María Pastora, Octavio, Rodrigo y Romina (mil disculpas si olvido a alguien), que estaban ahí cuando este lío aún no se había gestado, el mayor de los abrazos.
Pero sobre todo a Connie y Alan -mis salvadores en La Junta- que sin siquiera conocerme me tendieron la mano. Un lector que los conocía les avisó y nos volvió a poner el contacto. Wow! Otro ribete inesperado de esta historia.
¡Oh! ¿Sabían que ellos se conocieron a través de Internet y se casaron pese a la distancia? Para quienes hayan quedado con hambre de un final feliz, los invito a conocer su historia.
Por mi parte, cuelgo el disfraz de emo. ¡Y de regreso a las ñoñerías!
(PD: Si alguien quiere hacerse con toda la historia de un zopetón, Oscar tuvo la amabilidad de pasarla a un archivo de texto (ODT). ¡Gracias por la iniciativa!)
15 marzo, 2016 a las 3:57 pm
Jajaja Dentro de la tempestad en la que me encuentro ahora, quise volver a caminar por letras que no fueran mías. Y me encontré con esto.
Pero qué oportuno para mí, que existas en este momento. Jajajaj
Casi, casi olvido que lo que importa en la vida es el desenlace, casi nunca el final. (Pues las buenas historias no terminan nunca).
Gracias por compartir tus palabras.
No sé còmo llegué aquí, y a pesar de ser una historia obsoleta (acabo de analizar que fue hace ocho años) me ha hecho sentir. Y eso siempre es bienvenido a este corazón oxidado.
¡Gracias!