Cuando era adolescente era un apasionado al plastimodelismo de aviones, lo cual es irónico considerando que sufro aerofobia. Armé cientos de modelos, desde la prominente escala 1/24 hasta la microscópica 1/144, que eran los más desafiantes. Hice tantos que en mi casa ya no sabían dónde ponerlos. Al final instalaron un mueble con repisas que cubría toda una muralla, sólo para que sucumbieran a los pelotazos de mi hermano menor.
Acabaron todos en la basura.
Aprovechando mis vacaciones quise saber si todavía conservaba el toque con un modelo Hasegawa 1/72 del venerable P-47 Thunderbolt que actuó sobre Italia en 1944. Para ser honestos me quedó como el forro, pero descubrí cuatro cosas en el camino.
1. Aún tengo el pulso suficiente para pintar rejillas de 1×2 milímetros con un pincel doble cero.
2. No se puede cambiar una pintura satinada por una mate con barniz encima. Nunca lo hagan. Es sacrílego.
3. Las calcomanías Hasegawa sólo son superadas en su maleficencia por las Minicraft.
4. ¿Quién iba a pensarlo?… los diarios aún sirven para algo.
5 agosto, 2015 a las 10:41 pm
Hola Christian!
Buscando «plastimodelismo en chile» en Google encontré esta entrada! jaja cuando chico también armaba aviones y hace poco me regalaron uno que usé para lo mismo, comprobar si aun podía hacerlo.
Te quedó super bien el P-47!
Saludos!
7 agosto, 2015 a las 9:23 am
¡Hey! Gracias. A ver si subes fotos de tus aviones. Yo ahora voy por un F-14 😀