Definitivamente, la parte más difícil de ser jefe es despedir a alguien.
Es posible que les huela a cierta hipocresía esta afirmación considerando que la ‘víctima’ es la contraparte, pero no se engañen. Salvo que seas una bestia sin corazón (o que trabajes en Cencosud y a tus empleados sólo los veas como celdas de Excel) no saldrás de la experiencia indemne.
Terminar una relación contractual puede llegar a ser peor que terminar una relación amorosa. No sólo porque separas a alguien de las personas con quienes compartía a diario durante más tiempo del que pasaba con su propia familia, sino porque también lo dejas abruptamente sin una fuente de ingresos.
De ahí que las reacciones frente a la noticia puedan ser muy variadas.
Están los que aceptan resignados, quizá porque se lo veían venir. Suelen ser los más calmados, racionales y, desde la perspectiva de uno como jefe, un alivio. Luego están los emocionales, quienes se deshacen en llanto o te ruegan que les des otra oportunidad, haciéndote sentir como si estuvieras con un cuchillo en la mano a punto de degollar a un cordero atado.
Y por último tienes a los peores: los furiosos. Gritan, maldicen, golpean cosas, se ponen histéricos. Despedirlos es un verdadero show, pero si algo bueno se puede sacar del trance, es que con su actitud borran cualquier atisbo de duda respecto de tu decisión.
Sin importar a qué categoría pertenezca el occiso, existen ciertas normas a las que debes adherir. La más importante es tratar a la persona frente a ti con dignidad, pese a que quizá el fulano te haya sacado los choros del canasto al punto de terminar en esto. Es más, siempre trato de recordar que algún día tal vez sea yo al que le toque estar del otro lado.
Lo segundo es asumir que por despedirlo, el tipo no necesariamente es un zoquete. Quizá sólo no tiene el perfil para este trabajo, pero puede que se luzca en otro. Que esté en el lugar equivocado. ¿Quién sabe? Puede que hasta volvamos a trabajar juntos en el futuro. No necesariamente hay que quemar las naves.
Consciente de que nunca habrá un «último», sólo espero que la próxima vez que me toque blandir la guadaña sea como ha sido hasta ahora: por razones que creo justificadas. Mi mayor temor es que llegue el momento en que me toque despedir a personas por razones ajenas a su desempeño… como consecuencia de una crisis económica, por ejemplo.
Por algo donde la única respuesta que pueda dar sea: «Lo lamento«.
Porque aún más importante que quien se va, es el efecto sobre quienes se quedan. Me gusta pensar que mi equipo comprende que cuando he recurrido a este extremo es porque no quedaba alternativa. Es la diferencia entre que una acción sea dura pero constructiva, o que sea desmoralizante.
Aún así, no sé si este rol acabará por acomodarme. Tener un cargo de poder te convierte -en cierta forma- en un pequeño dios, y son estos los casos que te hacen vacilar, ensimismarte y comprender que no estás jugando. Que tus decisiones afectarán seriamente la vida de alguien, quizá hasta un punto sobre el que ya no haya remedio.
Sí. Definitivamente, la parte más difícil de ser jefe es despedir a alguien.
30 octubre, 2014 a las 11:26 am
HAY POR HAY UNA FRASE , QUE COBRA VIGENCIA:» PARA TRATARTE A TI, USA TU CABEZA, PARA TRATAR A LOS DEMAS USA TU CORAZON.
15 enero, 2016 a las 1:44 pm
Hermosa frase.
16 diciembre, 2014 a las 1:33 am
Ufff como te entiendo.
Las dos veces que me ha tocado despedir a alguien no he dormido la noche anterior
Es definitivamente lo mas difícil y a!arco de tener gente a cargo
15 enero, 2016 a las 1:42 pm
Nunca me ha tocado despedir a nadie, pero si ser despedida o autodespedirme renunciando, como sea es una experiencia, que dependiendo el momento que estés viviendo, es muy fuerte, en lo personal agradezco la dignidad y el respeto, en otras palabras: la humanidad del buen trató. El saber por que somos despedidos también ayuda, quizás para mejorar como futuros empleados o simplemente para no dedicarle más tiempo del necesario a la pena de ser despedida