La vida podía ser muy dura en la antigua Grecia, donde tus dichas o miserias dependían de cuan congraciado estuvieras con los dioses. Poco ayudaba el que -contrario a la divinidad cristiana- a estos no siempre les importara tus méritos. Casarte con una mujer hermosa o ser popular entre los hombres podía gatillar la ira de alguna deidad olímpica, quien se encargaría de hacer del resto de tu existencia una sadística calamidad.
Así las cosas, cuesta entender que 3.000 años más tarde, los dioses nos sigan teniendo agarrados de los cocos… aunque esa vez lleven otros nombres: Facebook, Twitter y Google.
Permítanme contarles una pequeña historia para ejemplificarlo.